Propuestas del obispo Nicolás Castellanos
Aquest text reprodueix el capítol 7 del darrer llibre (pp. 85-96) del bisbe Nicolás Castellanos, que acaba de sortir: Resistencia, Profecía y Utopía en la Iglesia, hoy, Herder, Barcelona, 2012, 118 pp.
Com a presentación del llibre res millor que reproduir uns fragments de la presentació que li fa el seu amic Pere Casaldáliga:
A modo de introducción fraterna ( de P. Casaldàliga)
Nicolás Castellanos es conocido y admirado, sobre todo en España y en nuestra América, como un obispo diferente, fiel a la Iglesia y libre en ella, lúcido y activo, comprometido y comprometedor en las causas de Dios y de la humanidad, especialmente entre los pobres.
El presente libro es muy autobiográfico tanto espiritual como pastoralmente. Basta con leer los títulos de los capítulos para contemplar cada uno de ellos como una profesión vocacional y un análisis de coyuntura eclesiástica y social.
(…)
El título del libro propone tres grandes actitudes «en la Iglesia hoy»:
Resistencia, sin claudicaciones, sin amargura, sin miedo. ¿Quién dijo miedo habiendo Pascua? Una resistencia, en la Iglesia y en la sociedad, que se traduzca en la coherencia diaria, en la familia, en el trabajo, en la política, en la ciudadanía, en la pastoral, en la corresponsabilidad civil y eclesiástica.
Profecía, en anuncio, en denuncia, en consolación. «No dejéis caer la profecía», nos dice Nicolás como nos pedía, ya casi agónico, el patriarca profeta Dom Hélder Cámara. «Empezad por suprimir todo miedo, quedaos a la intemperie; nos acompaña el Espíritu», proclama Nicolás invocando al Vaticano II, que debe ser recuperado «en el espíritu, en la letra y en la mística».
Utopía. Una utopía que no es quimera, porque es el propio sueño del Padre de Jesús: el Reino, el Reino en el día a día y hacia la plenitud de la esperanza pascual. Según Nicolás: «El Reino de Dios tiene que ser el absoluto de la Iglesia... como fue absoluto para Jesús». Una esperanza, nuestra utopía, que se haga creíble «en pequeños gestos liberadores», en medio de tanta mentira, frustración, desespero y muerte. Pueden quitárnoslo todo menos la fiel esperanza.
Ese líder apostólico y carismático que es Nicolás Castellanos, nos hace esta íntima, humanísima confesión: «Termino expresando un convencimiento que ha motivado y dado sentido a mi vida. Hay que empezar por ser persona, por desarrollar la capacidad de actitudes alocéntricas, oblativas, de apertura al otro, de diálogo, de escucha, de paciente y activa esperanza, de amor a fondo perdido y gratitud, abierta a la trascendencia».
Nicolás, gracias. La canción de nuestras comunidades proclama: «Tú vas abriendo camino, otros te seguirán». Desde tu renuncia al episcopado, para asumir más radicalmente la opción por los pobres, eres un emblema de esa Iglesia que soñamos, «la otra Iglesia posible», evangélica en todo, comunidad de los seguidores y seguidoras de Jesús, portavoz de la Buena Noticia que el mundo necesita desesperadamente. Tú sigues contribuyendo de modo significativo en el surgimiento de hombres nuevos y de mujeres nuevas, el nuevo Pueblo de Dios.
Pedro Casaldáliga,
obispo emérito de Sâo Félix do Araguaia.
6 de febrero de 2012.
Propuestas para que el evangelio tenga sabor en el siglo xxi
Nos ronda una pregunta clave: ¿cómo hacer creíble el Evangelio, el Reino de Dios en la Iglesia de hoy, en el marco de una sociedad plural, compleja, diferente, pluricultural y plurirreligiosa, de cambios vertiginosos? ¿Cómo llegar a esa novedad que promete el Espíritu Santo?
Ofrezco un apunte, para que cada uno lo desarrolle y complete a su manera:
1. Se requiere innovación, reformas y cambio de estructuras desde la fidelidad y creatividad, según aquel aforismo de inspiración agustiniana, asumido por el Concilio Vaticano II: «Unidad en lo esencial, libertad en la duda, y en todo caridad».
Recuperar el verdadero sentido de la tradición, es decir, que los muertos están vivos, y no que los vivos están muertos.
2. Empezar por suprimir todo miedo, quedarse a la intemperie. Nos acompaña el Espíritu, que se hizo presente en el Vaticano II, que «quiso alcanzar el mundo en su carrera». No queda otra que recuperar el espíritu, la letra y la mística del Concilio Vaticano II. Liberarse de las tristezas, del aburrimiento, de la depresión, del colesterol, del sinsentido de la vida.
Dejarse sorprender y no vivir asustados. Que a la jerarquía no le atenace un miedo terrible; miedo al ateísmo, al agnosticismo, a la conciencia personal; que se maneje en una sociedad plural y creyente, en una relación de libertad, diálogo, escucha y alegría.
3. Por imperativo, conciliar la teología de la Iglesia, Misterio y Pueblo de Dios en comunión fraterna y en misión, tiene que ser traducida en ejercicio y profecía de sinodalidad y de colegialidad. «Si la Iglesia es comunión, comporta una base de igualdad, de dignidad personal, de fraternidad común, de solidaridad progresiva, de obediencia disciplinada, de colaboración real y de correspondencia en la promoción del bien común.»
Los nuevos signos de los tiempos colocaron a la Iglesia y la comunión en la actitud permanente de diálogo abierto intraeclesial y con el mundo. Ese diálogo implica y postula una escucha valiente que puede cambiar estructuras caducas e instituciones del pasado.
Todo esto exige aplicar un ejercicio lúcido y evangélico de discernimiento profético y audaz, basado en la oración, en el diálogo y en la parresía.
Y en este contexto nos pueden las sorpresas del Espíritu Santo, que habla por las mujeres, los pastores, teólogos, los pobres, los jóvenes, los movimientos sociales..., que provocan cambios estructurales, teologales y psicológicos.
En definitiva, un nuevo kairós, que se traduce en conversión personal a Dios y en conversión comunitaria a la justicia social. Y se abren horizontes hacia una perspectiva creativa y fecunda. Algo no funciona en el ámbito eclesial. Sin espíritu o sin mística somos un pájaro sin alas. Nadie puede sustituir la interioridad, la fuerza del Espíritu. No puedo creer lo que afirman las malas lenguas sobre que el Espíritu Santo ha sido sustituido por la ideología de la curia Vaticana.
4. El cristianismo puede morir por asfixia si no se atreve a defender que su espacio natural es la sociedad civil. Esta tiene un papel emergente. Y en ese terreno debe «jugar» el cristianismo. Si quiere mantenerse lúcido tiene que desembarazarse del mercado y del Estado y «jugar» en la sociedad civil emergente, con libertad y para la justicia; solo así es posible la fraternidad cristiana y solo así es «significativo» lo «diferencial cristiano».
5. El continuo disenso no es buen síntoma. Cuando el ejercicio de la autoridad se acostumbra al decreto, a la sospecha continua, a la acusación vehemente, sin escuchar o dejar de defenderse, hay que preguntarse si no hay una extralimitación de funciones de quienes se creen más propietarios que servidores de la Iglesia.
6. La Iglesia hoy tiene el deber de mostrar, presentar, proponer pero no imponer el mensaje cristiano, la oferta gratuita de Jesús en libertad. «No tiene sentido que en Europa la Iglesia se ponga siempre a la defensiva.»
7. Prescindir de todo aquello que no evangeliza ni abre camino al Reino. Lo cual supone estar atentos a lo que nace. El Espíritu Santo todo lo hace nuevo.
8. La creatividad aplicada nos lleva a buscar nuevas formas y símbolos en la evangelización, nuevas propuestas de lenguajes, de diálogo y de escucha en la Iglesia. Dedicar más tiempo a la oración, estudio, escucha de la Palabra y practicar lo que indican los pastoralistas: Dedicar tanto tiempo a la oración y al estudio como a la acción evangelizadora, sacramental y pastoral. Hasta que no hayamos pasado noches enteras en oración, reflexión y estudio, nos faltará mucho por aportar a la Iglesia.
9. Ser una Iglesia vulnerable que, antes de condenar el pecado del mundo, reconoce su propio pecado. Una Iglesia preocupada por la felicidad de las personas; «amiga de pecadores», como Jesús de Nazaret, que acoge, acompaña, escucha las preguntas y comparte alegría, conflictos y dolores.
10. Hoy la Iglesia hace suyo el gran desafío de la historia. Tomar en serio el problema planetario de la pobreza. Si somos cómplices del universo del pobre, no queda otra que asumir el compromiso con este en sus dos vertientes: solidaridad con los pobres y denunciar las situaciones de injusticias y expolio de estos, por ser una situación inhumana de desigualdad y exclusión. No se consigue la equidad social si no reducimos las fronteras de la pobreza. Lo cual implica un compromiso con la justicia social y la defensa de los derechos humanos en el mundo y dentro de la Iglesia... La traducción consistiría en hacer pequeños relatos liberadores...
11. Hoy en día necesitamos otras pedagogías y didácticas aplicadas a otras presencias de todo el Pueblo de Dios: sucesor de Pedro, pastores, religiosas/os o laicos, para ser significativas en el contexto plural, multicultural y multirreligioso.
Por ejemplo: el sucesor de Pedro hacerse presente en el Cuerno de África, en donde la hambruna hace estragos. Una presencia sencilla, acompañado por dos o tres personas, ejerciendo la parábola del Buen Samaritano, identificándose, donde practica ese gran misterio de la compasión (cum pati = sufrir con el otro). Este signo es legible, creíble; es capaz de dar un vuelco a las conciencias. Recuerdo que cuando era obispo de Palencia, bajé a la mina de carbón, en Guardo, y un minero con humor, me comentó: «Esto es más duro que "beber vino y cantar" en la Iglesia, pero agradezco verle con nuestro mono de minero. Gracias por venir».
No puedo olvidar aquella visita a un enfermo terminal, en Vidrieros, en la montaña palentina, una tarde de frío y ventiscas que cortaban la cara, cuando al ver entrar al obispo, exclamó: «Señor, ya puedo morirme, me ha visitado el señor obispo». «No es para tanto, hombre», le repliqué.
Hoy en día necesitamos en la Iglesia este elemento entrañable y humano: la necesaria energía de la compasión, que, en definitiva, es seguir las huellas de Jesús, que nos revelan la compasión del Padre. Apropiarse del dolor hasta identificarse y personificarse con él es aproximarse a una tierra y a una humanidad compartida, que se distingue por practicar la justicia.
12. «La compasión constituye una forma radical de crítica, tanto porque anuncia que el dolor es una situación inaceptable, como en razón de que los sistemas de poder nunca se construyeron ni se sustentan sobre la base de la compasión.»
Pero esta no puede quedarse en calderilla barata, sino que si decimos que estamos comprometidos con los pobres, hay que hacerlo expresión y realidad efectiva de amor, de ternura, de cariño, de amistad, de solidaridad real con esa persona concreta y pobre, con quien compartimos tiempo, vida, entrega, búsquedas, alegría y sufrimiento.
Tiene que darse un amor real y existencial.
La Iglesia, en su esencia, es profética, y tiene que constituirse en un lugar de misericordia, en donde podamos recuperar el discurso olvidado de la ternura. «Existe en el Nuevo Testamento una teología de la ternura, que siempre es curativa.» Existen muchas personas que solo pueden ser curadas por una sonrisa, una mirada acogedora, por un gesto sencillo de compartir un almuerzo o por un encuentro en torno a una copa. El apóstol Santiago (2,12-13) nos recuerda: «Hablad y actuad como quienes van a ser juzgados por una ley de libertad, porque el juicio será sin misericordia para el que no la practicó. La misericordia se ríe del juicio».
13. Hoy tenemos que dar un vuelco al cuadro de valores vigente, con realismo, mística y visión; hay que priorizar dos elementos de la experiencia humana y cristiana: ejercer con gratuidad y generosidad esa capacidad personal y comunitaria de humanización, sanación, curación y personalización. Nada humano le resulta extraño al cristianismo. La gloria de Dios es que el hombre y la mujer vivan.
La mujer y el hombre de hoy tienen que recuperar la alegría de vivir con lo suficiente; ni derrochar ni consumir en exceso, sin límites. En un mundo empobrecido, ¿qué sentido tiene el gasto superfluo de prendas de marca? Ahí no reside la verdad del sentido de la vida. «Existe más alegría en dar que en recibir. El que tiene mucho necesita demasiado para ser feliz y nunca lo llega a ser. Ahora parece que para pasarlo bien hay que gastar mucho.»[1]
14. Avivar la Esperanza: el tiempo de Dios (kairós) puede ser cada instante.
Para el cardenal Martini no solo estamos atravesando una noche oscura de fe, sino también de esperanza. La mayor prueba y tentación del mundo y de la Iglesia occidental radica en la ofuscación de la esperanza y en una visión alicorta y sincopada, a ras de tierra, que nos impide intuir la trascendencia.
Estamos en un adviento permanente; caminamos al encuentro del Señor, que ahora se adelanta en el pobre del camino.
Ser cristiano, en su integridad, consiste en ser hombre, hombre escatológico, un ser inacabado, un proyecto abierto, un proyecto de esperanza.
La esperanza cristiana, la vida del creyente siempre es esperanza, mirada y orientación hacia el futuro, hacia delante, y por ello es también apertura y transformación del presente.
La esperanza está hondamente arraigada en la experiencia viva y existencial de la persona; prácticamente constituye una necesidad en sí misma y en su relación con el mundo. Y es muy importante para el ser humano, que interpreta desde ella el sentido último y penúltimo de su existencia.
No se puede hablar de ética, si no existe la esperanza. Lamentablemente, lo económico, el dios mercado, el ídolo que es el dinero ha desplazado el lado ético, la misma esperanza. Pero no hay ética ni esperanza si no ponemos límites a uno mismo, si no aplicamos los instrumentos de la disciplina, del propio esfuerzo, la negación, una obediencia activa y participativa, no de sumisión, sino de comunión, la búsqueda compartida de la verdad.
La esperanza nos permite cierta dosis de optimismo ante el monstruo de la crisis. Nos sostiene la razón teologal de que la esperanza anida en nosotros desde el bautismo. Y el imperativo ético nos moverá a suprimir lo que marcha mal, y a promover los comportamientos éticamente correctos. El sentido ético de la vida, con su correlativo, la esperanza, nos brindan oportunidades realistas de ser optimistas en la lucha contra la intolerancia, la falta de diálogo y escucha, o la dictadura del consumismo. Solo es tolerable el miedo a la intolerancia, la dictadura, la xenofobia y a todo lo que hace daño al bien común.[2]
15. Desde la humildad y el atrevimiento para dialogar en el debate y en la discrepancia leal, se puede intentar revalorizar a las comunidades cristianas como espacios de humanización, de personalización, de experiencia, de «amigos fuertes de Dios», de interioridad, de fuente de solidaridad y de búsqueda colegial común de respuestas y de soluciones, aunque sean provisionales, a los graves problemas de hoy.
Me atrevo a sugerir el redescubrimiento de la parroquia como revelación y expresión trinitaria, lugar de acogida y compasión, comunión de comunidades y modelo de nueva sociedad, que se caracteriza por ser samaritana en la sociedad, experta en humanidad y alma en el barrio, en el pueblo y en la comunidad. El espíritu que nos anima lo podemos definir así: un espíritu de reconciliación, de reciprocidad, de consenso, de diálogo y escucha valiente, de no quedarnos «fijados» en polarizaciones y radicalismos verbales agotadores y estériles que nos llevan a la confrontación intraeclesial. «La única confrontación válida es la confrontación con la realidad y con la Palabra de Dios», escribe el teólogo Pablo Richard. Muchas veces, pensamos y actuamos igual, pero hablamos distinto.
16. La experiencia de amistad dinamiza.
Para san Agustín la amistad es tan esencial para la vida, que le da el mismo valor y rango que a ella.
Parece tan necesaria la una como la otra. Llega a afirmar: «En todo lo humano no hay nada agradable sin amigos».[3]
La amistad siempre es operativa.[4]
El amigo te habita. Los amigos miran en la misma dirección. El amigo al que amas entrañablemente, camina en paz, feliz, de la mano, en apoyo mutuo... Ambos caminantes están liberados para coger otras manos, porque aceptar otras manos no supone dejar aquella, que da fuerza y empuje en la marcha del camino.
El amigo siempre libera, nos personaliza, nos hace libres, potencia una serie de cualidades, de virtualidades, de dimensiones de la persona que, de no ser por la presencia del amigo, se hubiesen quedado en mera potencia.
En definitiva, desde una experiencia de amistad se descubre existencialmente la dimensión de la persona humana del ser con y del ser para... que se traduce en hacer de toda la vida un encuentro interpersonal, a partir de la aceptación de todas las personas tal y como son, y no como quisiéramos que fuesen.
La amistad —escribe Antonio Paoli— debe ser para un cristiano la óptica en la cual se contemplan las decisiones a tomar... Una opción tomada en clave de amistad puede tener un efecto liberador; tomada fuera de la amistad, puede ser destructora. La amistad es el centro de humanización de la historia y de la creación. Es como el punto de condensación de las cosas en el amor humano. La amistad es el nudo de la humanización de la historia, su catalizador, ya que todo el proceso histórico tiende a formar la comunidad unida en la paz... La amistad destraba a la persona, la explícita, la libera descubriendo en ella capacidades y fuerzas ocultas o valores insospechados. Solo en un clima cálido de afecto, en una completa integración a nivel personal, en una circunstancia feliz, porque en ella se dan todas las condiciones de un encuentro amistoso, florece la persona y descubre su tesoro interior, la plenitud de su ser.
17. El Reino. Hoy las actitudes y conductas deben inspirarse para hacer que acontezca el Reino, que ante todo es don y regalo del Señor.
La razón teológica clava su raíz en el mensaje de Jesús. Constituye el eje, el núcleo de sus dichos y hechos; el alma, corazón y centro de su vida; la causa por la que se entregó en cuerpo y alma. Su meta fue introducir en la sociedad el Reino de Dios: un mundo configurado y estructurado de un modo justo y digno para todos, un mundo habitable para todos, como quiere Dios. «Cuando Dios reina en el mundo, la humanidad progresa en justicia, solidaridad, compasión, fraternidad, paz...». A conseguirlo se dedicó Jesús con verdadera pasión. Por ello fue perseguido, torturado y ejecutado, según José Antonio Pagola. El Reino de Dios fue absoluto para Jesús.
El Reino de Dios tiene que ser hoy el absoluto de la Iglesia actual. Constituye el parámetro que mide la identidad del cristiano y la intensidad de su espiritualidad. Ha sido un error hacer de la Iglesia un absoluto y olvidarnos de que esta es signo y sacramento del Reino de Dios.
Este es el postulado esencial del paradigma eclesial, si queremos que la fe sea creativa y que los cristianos descubran lo fundamental cristiano. Es volver al Evangelio y a la mejor tradición. Quien mejor lo resume es Marcos: «El Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed esta Buena Noticia». Y san Agustín nos presenta bellamente toda la novedad del Reino: «Despojaos de lo antiguo, ya que se os invita al cántico nuevo. Nuevo Hombre, Nuevo Testamento, nuevo cántico. El nuevo cántico no responde al hombre viejo. Solo pueden aprenderlo los hombres nuevos, renovados de antigua condición por obra de la Gracia, y pertenecientes ya al Nuevo Testamento, que es el Reino de los cielos. Por él suspira todo nuestro amor y canta el cántico nuevo. Pero es nuestra vida, más que nuestra voz, la que debe cantar un cántico nuevo».[5]
Termino expresando un convencimiento que ha motivado y dado sentido a mi vida.
Hay que empezar por ser persona y por desarrollar la capacidad de actitudes alocéntricas, oblativas, de apertura al otro, de diálogo, de escucha, de paciente y activa esperanza, de amor a fondo perdido y de gratitud abierta a la trascendencia.
Pero esto se logra y se crece en madurez humana si vemos «el desierto», si subimos al monte a orar, si entramos en el ámbito y nos dejamos coger por el Espíritu.
Y recapitulo lo expresado hasta aquí en este texto conclusivo:
Y es verdad, tenéis razón, constatamos hoy tantas cosas que se rompen, historias que no llegan a ser, como la de aquellos niños que cayeron bajo el fuego de las balas del terrorismo, tantas vidas que se pierden estérilmente. Estamos en trance de un nuevo alumbramiento histórico difícil: necesitamos un tipo nuevo de hombre, el hombre del mañana, que es profeta, comprometido, justo y solidario, que es creyente, comunitario, libre y responsable, que es luchador, arriesgado, crítico, participante y creador. Necesitamos ese hombre nuevo, capaz de dar el paso del tener o del poder, al ser, pero al ser juntos, al ser-con-los-otros y al ser-para-los-otros; un hombre nuevo que quebrante los muros del individualismo, las barreras del egoísmo, del mal y del pecado, y nos sitúe en el camino de la «Civilización del Amor» y en la experiencia de lo comunitario donde es posible el diálogo, la solidaridad, la comunicación de bienes, la comunión personal, la amistad, la libertad responsable, el trabajo para todos... en definitiva, un mundo habitable para todos, porque el actual no lo es.
Y concluimos, convencidos: «Solo Dios basta».
1. M.A. López Romero, «No está de moda la austeridad», en Revista 21, num. 947, octubre de 2011.
2. V. Camps, «No se puede hablar de ética sin esperanza», en Revista 21, num. 947, octubre de 2011, p. 28.
3. San Agustín, Carta 130 (11, 4).
4. N. Castellanos, «La Amistad en la Fraternidad», en ¿Responde la Iglesia a los desafíos de hoy? Cartas Pastorales, 427.
5. San Agustín, Sermón 1, 7-8, Salmo 32.