dilluns, 30 d’abril del 2012

LA CRISIS DE CREDIBILIDAD EN LA IGLESIA

por Juan Antonio Estrada
Éxodo 95 (sept.-oct.’08)
"Los decretos conciliares más que un punto de llegada son un punto de partida hacia nuevos objetivos”. Así se manifestaba Pablo VI en 1966. Las expectativas generadas por el concilio Vaticano II pasaban por una reforma de la Iglesia, en la línea de los textos conciliares (UR 4;6) y de la encíclica Ecclesiam suam (1964). Además de las críticas conciliares a las estructuras e instituciones vigentes, influyó un famoso libro de Congar. Había que cambiar la Iglesia, interna y externamente, siguiendo las dos grandes constituciones eclesiales del Vaticano II. Suponía la transformación del modelo tridentino y el punto final al antimodernismo de los dos últimos siglos. Juan XXIII dio la pauta en la apertura del Concilio, criticando a los profetas de calamidades, que sólo ven aspectos negativos en los cambios sociales. La primavera conciliar abría una etapa de esperanza y cambios. Pablo VI, en su discurso de clausura del Concilio, anunciaba algunos planes para poner en práctica los decretos: Por un lado, un viaje a las Naciones Unidas, que suponía el reconocimiento de la autonomía de los Estados y la aceptación de la democracia, combatidas por el Magisterio papal en los siglos XIX y XX. Por otro, la creación de un sínodo episcopal de representantes de las conferencias episcopales, que hiciera posible la deseada colegialidad entre el papa y los obispos.

1. El postconcilio inmediato de los sesenta y setenta

Estas expectativas contrastan con las afirmaciones pesimistas de Pablo VI a comienzos de los años setenta. “Se creyó que después del Concilio vendría una jornada de sol para la historia de la Iglesia. Ha llegado, sin embargo, una jornada de nubes, de tempestad, de oscuridad”, afirmó en 1972. De ahí sus alusiones al humo de Satanás, a la división interna en la Iglesia y a la invasión del espíritu mundano, tras la apertura al mundo.
Hay bastante convergencia en caracterizar los veinte años posteriores al Vaticano II en tres fases aproximadas. La primera, que ya comenzó con la reforma litúrgica (1963-68), es la de expansión y aplicación del Concilio, con múltiples iniciativas teológicas y pastorales, y un protagonismo de las corrientes renovadoras: Fundación de la revista Concilium (1965), Catecismo holandés (1966), Populorum Progressio (1967), Manuales como Sacramentum Mundi (1967) y “Mysterium Salutis” (1968), Asamblea Episcopal Latinoamericana en Medellín (1968), la teología de la liberación con el libro de Gustavo Gutiérrez (1971) y el Consejo Pastoral Holandés (1966-1970). Se creó también una Comisión Teológica Internacional junto a la Comisión Bíblica (1969). Se veía el Vaticano II como el final de una etapa y también como comienzo de otra. De ahí el manifiesto de los teólogos vinculados a la Revista Concilium para ir más allá de la letra conciliar, apoyados por los cardenales Suenens y Alfrink, contra los que buscaban minimizarlo.
Estas iniciativas dificultaban ver el proceso mediante el que la minoría conciliar tradicionalista recuperaba progresivamente el control perdido durante el Concilio. El primer elemento clave es el de los textos conciliares, base de la reforma y renovación interna del catolicismo. Había que interpretarlos y aplicarlos, para que no se quedaran en papel mojado. De ahí las propuestas de algunos padres conciliares de que se constituyera una Comisión al respecto que reflejara el espíritu y la dinámica conciliar. Pablo VI optó, por el contrario, por confiar a la curia romana la interpretación y aplicación de la renovación, en lugar de crear una comisión ad hoc. La puesta en práctica de los decretos conciliares recaía, de esta forma, en un sector que había sido minoritario en el Concilio y muy crítico respecto de la renovación.
A esto se añadía una reforma de la curia romana (1967) en la que hubo una clara internacionalización, a costa de la mayoría italiana, y una modernización de sus estructuras y formas de actuación. Pero no generó una descentralización ni un desplazamiento de sus tareas en favor de la colegialidad, y, en concreto, del anunciado Sínodo episcopal. Pablo VI dedicó los sínodos episcopales a cuestiones claves, como el sacerdocio (1971), la evangelización (1974) y la catequesis (1977). Pero el Sínodo dependía de tal forma del papa, reducido a mero órgano consultivo, sin poder de decisión y con carácter coyuntural y aleatorio, que no podía servir de contrapeso al gobierno centralizado romano. No hay que olvidar, sin embargo, la nueva creatividad postconciliar, que se tradujo en una multiplicidad de documentos renovadores, tanto a nivel interno como externo. Tras la Constitución sobre la Iglesia en el mundo de hoy (“Gaudium et Spes”: 1965) y el Decreto de libertad religiosa (“Dignitatis Humanae”: 1965) vinieron los pronunciamientos de Pablo VI sobre la democracia y el poder político (“Octogesima Adveniens”: 1971). El catolicismo se presentaba con gran vitalidad interna y una dinámica expansiva y misional, abordando de forma renovada los problemas socioeconómicos (“Populorum Progressio”: 1967; “Sínodo sobre la justicia en el mundo”: 1971) y los sociopolíticos (“Octogesima Adveniens”: 1971). Se había iniciado el proceso del desplazamiento del cristianismo hacia el tercer mundo. La conferencia de Medellín (1968) tuvo un gran impacto y sirvió de legitimación a la incipiente teología de la liberación y al movimiento de comunidades de base.
En este contexto vino la segunda fase de repliegue (1968-72), marcada por la preocupación por la contestación en la Iglesia y el significado simbólico de Mayo del 68, avivando los temores al descontrol eclesial, suscitados en el postconcilio. Los conflictos se radicalizaron y la mayoría progresista del Concilio se fraccionó, rompiendo la cohesión anterior. Personalidades relevantes y renovadoras durante el Concilio, como Danielou, De Lubac, Congar, Ratzinger, Von Balthasar y otros, comenzaron a distanciarse de los otros colegas que lideraban la corriente progresista, agrupados en torno a la revista Concilium. Además, algunos teólogos de la liberación hicieron una dura crítica de la teología europea, incluyendo en ella a los más renovadores y críticos, incluidos los creadores de una teología política. La izquierda eclesial se dividía, en contra de la creciente cohesión de los conservadores, apoyados por la curia romana. La revista Concilium organizó un Congreso en 1970 para potenciar la dinámica conciliar, en contra de los acentos conservadores de la Comisión Teológica internacional en 1969, que obligaron a K. Rahner a presentar su dimisión como miembro de ella. Había miedo a las demandas de ir más allá de los textos conciliares, en nombre del espíritu conciliar, y a nuevas propuestas, sólo vagamente apoyadas en los documentos.
Ratzinger calificó esta etapa de desengaño colectivo, en la que retrocedía el optimismo de la Gaudium et Spes, que había sido una especie de Antisyllabus. También había preocupación por una renovación litúrgica incontrolada y, a veces, destructiva, hiriendo la sensibilidad popular y causando pérdidas irreparables en el patrimonio artístico. La profesión de fe de Pablo VI (1968), el documento “Sacerdotalis celibatus” (1967), que generó muchas críticas y, sobre todo, la encíclica Humanae Vitae (25/07/68), la última que publicó, marcan la transición a una nueva etapa. Pablo VI tomó una decisión contraria a la Comisión Pontificia, que él mismo había creado, apelando a su responsabilidad ante Dios y rechazando una toma de decisión colegial.
Comenzó así la tercera etapa en la que la curia romana retomó el control eclesial, con una clara insistencia en la orientación espiritual contra los que demandaban reformas institucionales. Se estaba marcando un nuevo rumbo que culminó en el jubileo del año santo 1975 y que duró hasta la muerte de Pablo VI en 1978.
A Pablo VI le debemos la consecución del Vaticano II, especialmente la Gaudium et Spes y otros decretos tardíos, que él defendió contra la minoría tradicional, que quería acabar antes el Concilio y renunciar a esos textos. Su carácter conciliador, abierto y tolerante, le permitió potenciar el ecumenismo con las otras iglesias, dar espacios de libertad a los teólogos, incluso a los que le criticaban, y captar la creciente distancia cultural que surgía entre la dirección de la Iglesia y la mayoría del pueblo de Dios.
Pero la búsqueda de compromisos se volvió en su contra en el contexto de polarización interna. Su intento de apaciguar a los tradicionalistas tuvo un costo para la Iglesia. Incluyó en la Constitución sobre la Iglesia una “nota explicativa previa”, que no sólo suscitó muchas tensiones, sino que iba en contra de la dinámica del texto; proclamó a María Madre de la Iglesia, cuando la asamblea no lo había aceptado para la constitución sobre la Iglesia; prohibió que se trataran en el Concilio problemas candentes como la reforma de la curia, el celibato sacerdotal, los métodos de control de natalidad, los matrimonios mixtos y la pastoral de católicos divorciados, que luego fueron focos de tensión postconciliar.
A esto se añade la radicalidad de los retos y tareas pendientes. Definir la Iglesia como pueblo de Dios exigía una reestructuración de la Iglesia, marcada por el concepto de institución, jerarquía y sociedad desigual. Potenciar a los laicos implicaba cambiar las estructuras diocesanas y universales. La colegialidad incidía en la forma de gobernar la Iglesia y Pablo VI era consciente de que el papado era el gran obstáculo para el ecumenismo. La crisis sacerdotal se agudizaba, porque el clero se encontraba desconcertado ante la doble revalorización de obispos y laicos. Quedaba pendiente el gran reto del papel de la mujer en la Iglesia, de la relación entre la jerarquía y los teólogos, de la reforma litúrgica, de la renovación de la vida religiosa, etc. La grandeza del Concilio se muestra también en el gran legado de reformas y cambios que dejaba pendientes. Pero eran demasiados, no sólo para Pablo VI sino también para el conjunto de la Iglesia.
Tras dos siglos de antimodernismo, de luchar contra la separación entre la Iglesia y el Estado, de impugnar la democracia y los derechos humanos, había que afrontar una sociedad que iniciaba la transición hacia la postmodernidad, la globalización y la secularización. Cuando la Iglesia se reconciliaba con la modernidad, se anunciaba ya el final de la época clásica moderna y el comienzo de una nueva etapa. La crisis institucional y de autoridad en la Iglesia reflejaba también la de las otras grandes instituciones occidentales: el Estado, la familia, la educación, la judicatura, los medios de comunicación social, etc. Se iniciaba una nueva etapa mundial y la Iglesia católica contribuyó con su propia renovación. En el caso de España fue clave el liderazgo de Tarancón y la renovación conciliar, que permitieron afrontar la transición política y económica sin que el hecho religioso fuera un obstáculo.

2. La nueva fase postconciliar a partir de los ochenta

La elección de Juan Pablo I y su muerte, temprana y en polémicas circunstancias, agravaron, todavía más, la confusión e incertidumbre en la Iglesia. La elección de Juan Pablo II (1978-2005) marcó una nueva etapa postconciliar, de la que todavía estamos viviendo. Ha sido uno de los papados más largos de la historia, marcado por una rectificación del rumbo postconciliar y una toma de control, que cristalizó simbólicamente en el sínodo de 1985, a los veinte años del Vaticano II. La inmediatez y perdurabilidad de su influencia hacen casi imposible una evaluación global con pretensiones de objetividad, sobre todo en el marco de unas pocas páginas. Además, todos hemos sido protagonistas de este periodo, hemos jugado algún papel en él y tomado decisiones que comprometen nuestro juicio, que no puede ser neutral y desinteresado. Con estas premisas, se pueden indicar algunos puntos claves de esta fase.
No hay duda sobre la toma de control por parte de la curia romana, la potenciación de las corrientes tradicionalistas y la irrupción de nuevos movimientos que desplazaban a las teologías, grupos y protagonistas anteriores. El primer paso fue la reforma del episcopado tomando distancia de la línea de nombramientos de los papados anteriores. El control de los obispos y de los teólogos, los agentes creadores del Vaticano II, ha sido un objetivo primordial. Fue cada vez mayor el control de los nuncios y de las Congregaciones romanas sobre los obispos. Se incrementaron así los conflictos eclesiales, a veces por el talante autoritario de los obispos impuestos por Roma, a costa de tradiciones, costumbres y derechos centenarios de las iglesias locales. En América Latina se nombraron obispos conservadores para la dirección del CELAM y para suceder a personalidades comprometidas, y se multiplicaron los obispos auxiliares y las divisiones de las diócesis de obispos avanzados. Los conflictos con la CLAR y con las órdenes religiosas también se prodigaron. La rapidez con que se sustituía a obispos considerados avanzados y la permanencia de los obispos “seguros” en sus sedes, más allá de los setenta y cinco años, ha sido otro de los procedimientos utilizados para transformar globalmente el episcopado.

divendres, 27 d’abril del 2012

UN NUNCI S’ADREÇA ALS CATÒLICS CATALANS (1968)

I. Ambientació històrica

El Concili Vaticà II, un alè d’esperança
El Concili Vaticà II va suscitar dins l’Església catalana un gran sentiment d’optimisme i esperança. L’eufòria conciliar havia provocat un seguiment molt intens que se’n feia a tots els nivells. Aquells anys, un periodista italià, F. Scelsi, constatava que –a diferència de bona part de la resta de la Península, que vivia en ple règim franquista–, Catalunya era la regió que es demostrava «més coratjosament compromesa en un autèntic aggiornamento eclesial.
Tanmateix, a casa nostra, a la nostra Església, feia un parell d’any que les aigües estaven molt mogudes, sobretot a Barcelona. Hi ha una data molt precisa que marca el punt inicial d’aquest malestar: va ser el 23 febrer de 1966, quan Radio Vaticà anunciava que Don Marcelo González Martin, aleshores bisbe d’Astorga, havia estat nomenat arquebisbe-coadjutor del dr. Gregorio Modrego. Malgrat la censura i la repressió franquistes van començar a sorgir, cartes, manifestos i actuacions de protesta que fàcilment trobaven complicitats.

El nunci Riberi desconeixia la situació de l’Església catalana

Es deia aleshores «en ambients eclesiàstics» que monsenyor Riberi, nunci de la Santa Seu a Madrid, havia insistit perquè monsenyor Marcelo González, aleshores bisbe d’Astorga, fos nomenat arquebisbe de Barcelona. Així ho recull per exemple el cèlebre informe «Le Vatican et la Catalogne» (p. 62). Allò que en aquell moment no podia ser més que un rumor, avui ha estat conformat de primera mà pel testimoni directe i públic de don Santiago Calvo, el qui va ser secretari personal de don Marcelo durant més de quaranta anys, i ho era concretament en el moment dels fets.
Diu don Santiago Calvo que el nunci Riberi «seguia» don Marcelo des que el va sentir parlar a l’aula conciliar. De fet, durant els mesos d’octubre i novembre de 1965, per tant ja a les acaballes del Concili, Riberi va acudir més d’una vegada a l’aula conciliar per parlar amb el bisbe d’Astorga, don Marcelo. Allí, li hauria parlat ja del possible nomenament com a arquebisbe de Barcelona.
No va trigar gaire el nunci Riberi a convocar don Marcelo a la nunciatura per comunicar-li de forma oficial aquest nomenament. Ho va fer el 17 de febrer de 1966. L’endemà, durant el trajecte de tornada cap a la seva diòcesi, don Marcelo va començar una llarga confidència amb al seu secretari dient-li: «mira me ha llamado el Nuncio, porque me mandan a Barcelona de Arzobispo Coadjutor, para ser nombrado dentro de unos meses Arzobispo residencial. Me he estado resistiendo todo lo que he podido».

Don Marcelo González, nomenat per a Barcelona

A partir del moment en què es va fer públic el nomenament, aquell 23 de febrer, comencen les trucades telefòniques al Palau episcopal d’Astorga: moltes provenien de Barcelona i no eren precisament de felicitació: fins que «es van col·lapsar» les línies i va ser impossible la comunicació...
Encara no una setmana més tard (el 27 de febrer), vint-i-tres intel·lectuals catòlics feien arribar una carta a monsenyor Marcelo i li demanaven la renúncia. Els fragments més significatius d’aquesta carta eren reproduïts el 5 de març, pel diari Le Monde: «el nombramiento de un prelado que desconoce la compleja realidad de la archidiócesis e incluso la lengua, la historia y la cultura ha defraudado profundamente a todos aquellos fieles que habían depositado su esperanza en la doctrina de la Pacem in Terris sobre el respeto debido a las minorias nacionales». (Le Vatican et la Catalogne, p. 28)
A la premsa francesa plovia sobre mullat: el dia abans, 4 de març, Le Figaro havia donat notícia d’uns fets esdevinguts a Barcelona i que marcarien tot aquell període. Deia que «Pintades a les parets demanen a Barcelona un bisbe català». Havia començat la campanya «Volem bisbes catalans!». El 4 d’abril aquestes pintades arribaven a les parets de la Nunciatura, a Madrid.
Ara bé, segons el testimoni de don Santiago Calvo, la pintada que va fer trontollar el nomenament i fins i tot va fer dubtar el nunci Riberi va ser vista a Roma. Era sobre una pancarta que Pau VI va veure a la sortida del Quirinal quan sortia de visitar el president Saragat. El papa, en veure-la –ho comentava el corresponsal del The New York Times– es va impactar: «Catalogna quiedi vescovi catalani». El secretari de don Marcelo explica que les reaccions van arribar a la nunciatura: «Vino un enviado del Papa a la Nunciatura a informarse de lo que pasaba. El Nuncio se asustó y empezó a dudar. Don Marcelo entonces le dijo: “Ahora, Sr. Nuncio, ya no es tiempo de dudas. Es hora de dar la cara. Recuerde que yo expuse repetidamente las razones por las que no debía hacerse el nombramiento. Que yo iba a sufrir y a servir, y ahora todos debemos mantener el principio de autoridad. En este momento nadie debe volverse atrás”
Els dies 9,10 i 11 d’aquell mateix mes de març, s’esdevenia la caputxinada. Persones d’Església que van anar a parlar amb el nunci a ran d’aquests fets, arribaren a la conclusió que monsenyor Riberi desconeixia del tot la situació històricament diferenciada Catalunya i de l’Església catalana.
Finalment, el 19 de maig –una setmana després de la «manifestació de capellans» amb respostes contundents de la policia–, don Marcelo prenia possessió com a arquebisbe titular de la diòcesi. Durant la cerimònia, quan el nunci Riberi es disposava a llegir el missatge del Papa, un part del públic es posà a cantar el «Virolai»... mentre «la secreta» intentava fer callar la gent amb els seus mètodes.

Dadaglio, un nunci diferent

No trigaria gaire –unes poques setmanes– a haver-hi relleu a la nunciatura de Madrid. El 8 de juliol era nomenat nou titular monsenyor Luigi Dadaglio, que havia de substituir monsenyor Antonio Riberi. Seria nunci fins a finals de l’any 1980, quan seria substituït per monsenyor Antoni Innocenti. Serà recordat sobretot com el nunci que en ple franquisme –i valent-se de l’estratègia dels «bisbes auxiliars» canviarà de dalt a baix l’episcopat espanyol.
Des del primer moment, els sectors més conciliars van veure Dadaglio com el nunci del canvi. Amb motiu del desè aniversari del seu nomenament Albert Manén recordava les paraules amb què el nou nunci es presentava: «Vengo, mediante el diálogo sereno y responsable, a promover el futuro de la Iglesia de este país» (La Vanguardia, 15 de octubre de 1977). Va donar mostres ben aviat el seu tarannà conciliar.
Va ser nunci fins que el 1980 va ser rellevat de forma estranyament precipitada: poques setmanes abans que la CEE realitzés una profunda renovació de càrrecs i sobretot en ple debat sobre la llei del divorci. L’octubre de 1978, el cardenal Wojtyla havia estat escollit papa i el nou nunci responia a un perfil més en sintonia amb el nou papa. Dadaglio va tenir la primera notícia de la seva substitució a través de Ràdio Vaticà i no va rebre de forma immediata el capel cardenalici, com solia ser tradició amb els nuncis a Madrid.

El discurs del nunci als catòlics catalans

Amb tot aquest context no té res d’estrany que el p. Massot afirmi que «el primer fruit polític de la campanya ‘Volem bisbes catalans’ fou un missatge del Nunci apostòlic a Madrid, monsenyor Luigi Dadaglio, Als catòlics catalans, pronunciat el Divendres sant, 12 d’abril de 1968, a través dels micròfons de Radio Barcelona. Per primera vegada un representant del Vaticà reconeixia públicament després de la guerra civil el fet de Catalunya. (Església i societat a la Catalunya contemporània, p. 76)
Aquí el teniu la versió que en va fer Documents d’Església (III / 40 cols. 757-762.)

II. Discurs de mons. Luiggi Dadaglio
als catòlics catalans (12-04-1968)

Estimats catòlics de Catalunya
He acceptat agraït l’amable invitació de Ràdio Barcelona a adreçar-vos la paraula, aquest any que tota l’Església catòlica, presidida pel Vicari del Crist, celebra l’any de la fe. Any de record dels orígens i de perspectiva vers el futur. La meva acceptació no ha estat convencional, sinó convençuda. Ha nascut del pressentiment de les energies cristianes que aquesta celebració revifarà en les generoses terres de Catalunya, que tingueren el privilegi d’entrar en la família cristiana, no pas en un temps tardà, sinó en vida de Pau, predicador dels gentils.
La meva convicció neix també i es fonamenta en l’esperança que la vostra fe, un cop confirmada com la de Pere, trobarà en l’hora històrica present una resposta viva i original, fidel al passat i guiada per la força creadora del futur de Déu.
Amb la vostra fe renovada, llavors sereu capaços de confirmar la fe de les Esglésies germanes, en aquests temps que el Senyor de la Història ens demana una fe adulta, que envolti d’un clima evangèlic el desenvolupament integral de les comunitats humanes. Una comunitat humana que permet que li arrenquin la seva memòria històrica, també en el present perd el seu caràcter peculiar i cau en perill de no saber reconèixer-se en la varietat múltiple d’un nou futur.
I bé: la història de la fe en les terres catalanes sembla haver estat sempre emmarcada per un tret singular: la síntesi de les coses millors del passat i de la iniciativa creadora que li fa trobar noves formes més intenses i més fecundes. La vostra fe ha sabut integrar sempre en una síntesi característica aquests elements primordials de l’anima catalana: la «rauxa» que coratjosament obre nous horitzons a l’esperança, i el «seny», aquest poder indefinible d’arrelament en allò que és familiar, aquest saber discernir què és veritablement real i de vàlua.
Presideixen la vostra història egrègies figures cristianes que, arrelades amb fermesa en el seu temps, continuen tenint un valor profètic per al vostre propi futur, que ja de lluny pressentiren i auguraren. ¿No és un Ramon Llull un dels peoners més decisius, amb trets típics del món modern i de la radical orientació que ha adquirit la missió evangèlica en el món del nostre temps? Malgrat les evidents limitacions de la seva època, ell fou un dels primers que va entendre la missió evangèlica com a diàleg fratern i racional entre races, cultures i ideologies distintes. Promotor de la reforma de la clerecia i del laïcat; fundador d’escoles missionals on era feta la síntesi d’una fe il·lustrada i del coneixement profund dels millors valors de les cultures estrangeres; convençut del Crist, no estava menys convençut que el Crist era comunicable no tant per la imposició com pel contagi d’una fervent vida evangèlica i per la suscitació, en els qui creien d’una altra manera, de la poderosa i íntima racionalitat que en l’interior de cada home l’invita a consentir a l’Evangeli. Saviesa aquesta de plenitud de Déu, manifestada en el Crist per a la salvació de tots els homes. Ell creia en el Crist, paraula de Déu. Era el tema clau que ha de centrar i concloure el diàleg fratern i profund entre els homes.
Sé prou que avui no us cal anar a terres llunyanes a buscar els qui pensen i creuen d’una altra manera. Els trobeu cada dia a la Universitat, al suburbi, a la fàbrica. Deveu i voldreu col·laborar amb ells en la tasca de donar forma humana a la societat i a la terra. Podeu i heu d’estar oberts als seus suggeriments i a les seves critiques.
Però no us enganyeu ni us deixeu enganyar: en el pluralisme de la ciutat moderna, no podeu consentir a la fàcil temptació d’amagar vergonyantment la vostra fe en l’anonimat de la intimitat personal, com si fos un obstacle per a la tasca humana comuna i impossibilités la convivència i la col·laboració entre els homes.
Ben a l’inrevés, com creia Llull, la fe és fonament universal del nostre destí comú d’homes, consciència inamissible de la nostra dignitat, audaç i ferma esperança que, aliat amb Déu, serà l’esforç humà el que dominarà la història, i no la història la que destrueixi l’home. És per això que goso demanar-vos que la vostra companyonia i la vostra lleialtat en la construcció de la ciutat humana, nacional i internacional, sigui una companyonia profètica sempre disposada a fer sentir als homes, amb obres i paraules, la qualitat divina del destí que participem i les exigències que comporta.
Una altra lliçó profètica sobre el futur de la fe, la podeu aprendre a la vostra pròpia història. Enguany, any de la fe, celebreu el 750è aniversari de la fundació de l’Orde de la Mercè, empresa renovelladora de la praxi evangèlica, que vosaltres, els catalans, instauràreu per tot Europa. Sota la iniciativa de Pere Nolasc, la saviesa jurídica de Ramon de Penyafort, l’esperit renovador del bisbes Berenguer de Palou i la magnanimitat emprenedora de Jaume I, el millor del caràcter català s’hi conjuminà, a la Barcelona del 1218, en una comprensió pràctica de com el realisme de l’Evangeli, el seu testimoniatge en la història, és el seu poder de redimir captius.
La generositat humana i l’esperit missioner, l’obertura a l’aventura i a la incondicional donació de l’home pel germà no redimit, van agermanar-se sota el patrocini de la Mare del Senyor, la qual, per primera vegada en la vostra llengua va començar a ésser anomenada Nostra Senyora de la Mercè. Un dels noms més significativament cristians que Maria pot haver rebut, com a dona que fou l’Arca de l’Evangeli vivent.
¿No us parla per ella mateixa aquesta feliç coincidència de l’any de la fe amb l’aniversari d’aquella comprensió catalana de l’Evangeli, com obra de la Mercè que redimeix l’home? Sí. Avui com ahir, la vigoria de la fe es manifesta en la creació d’una ètica tal que fa que, a favor del germà, el que és impossible es transformi en realitat.
Precisament Pau VI, només al cap d’uns mesos de proclamar l’any de la fe, dirigí a tots els cristians i a tots els homes aquell manifest de fraternitat realista que anomenem Populorum progressio, sobre la necessitat de promoure el desenvolupament dels pobles, on escriu, amb una audàcia que encara no hem sabut penetrar prou: «Es tracta de construir un món en el qual tot home, sense excepció de raça, de religió, de nacionalitat, pugui viure una vida plenament humana, afranquida de les servituds que li vénen dels homes i d’una natura insuficientment dominada; un món en el qual la llibertat no sigui una paraula buida i en el qual el pobre Llàtzer pugui seure a la mateixa taula que el ric» (n. 47).
Aquí teniu un immens programa a realitzar tot obeint l’Evangeli, que vol realitzar en la història la fraternitat universal, a la qual crida tots els homes. Heus aquí una obra exemplar a realitzar. Una obra de fe, que estructuri evangèlicament aquest desenvolupament complex i ric, industrial i urbanístic, intel·lectual i tecnològic, polític i social, en què es troba absorbida la Catalunya d’avui.
Tots els qui us proclameu cristians en aquestes entranyables terres, governants i governats, empresaris, obrers, pensadors, laics i clerecia, els nadius de la terra i els qui hi han vingut per vocació professional o bé en la noble recerca de treball, esteu cridats a un testimoniatge únic i excepcional: obra de fe i d’amor. Proveu com l’Evangeli és una força capaç d’inspirar la promoció i el més gran desenvolupament humà. És una obra de la fe viva, no en dubteu, puix que sols l’experiència d’una solidaritat fraterna, real i compartida en tots els nivells, pot fer digne de crèdit avui, per a vosaltres mateixos i per a tothom, la gran sorpresa evangèlica que «Déu va estimar tant el món que li donà el seu Fill unigènit, perquè tinguéssim vida i la tinguéssim en abundància».
Que la vostra «rauxa» i el vostre «seny» s’uneixin novament en un esforç inspirat per la fe, a fi d’instaurar una societat més humana, anticipació i reflex de la ciutat del cel que Déu vol per als homes.
Sí, no en dubteu: l’any de la fe és també un any de renovellament de la força creadora social de l’evangeli. Car, amb paraules d’un prelat espanyol, la fe s’esllangueix quan no respira l’aire renovador de la justícia i de la caritat que l’han d’acompanyar naturalment. Però si la fe s’esllangueix quan no és practicada amb amor fratern i no inspira la responsabilitat social, és cert que aquest amor perilla de desil·lusionar-se i de desorientar-se si no es basa en una fe viva que doni al món la llum explícita i esperançadora de la resurrecció del Crist, dins l’íntegre contingut d’una tradició dogmàtica i entesa intel·ligentment.
I tanmateix, permeteu-me que us repeteixi el que vaig dir en la salutació que vaig dirigir a tot Espanya poc després d’arribar-hi: «L’avui és diferent. L’acceleració històrica que mou el món us sensibilitzarà a la necessitat ineludible d’adaptació. La mentalitat i la nova psicologia de l’Església del Vaticà II us obrirà la ment i el cor vers el futur. Basant-vos fermament en la fe tradicional i inalterable, no tindreu por de mirar endavant en aquesta hora decisiva, caminant tots, poble de Déu i jerarquia, estretament units.»
La vostra fe necessita ser «posada al dia», a l’altura de les millors adquisicions de la cultura contemporània, de manera que –com diu l’Apòstol– provant-ho tot, sapigueu escollir el que és millor.
¿No endevineu el tacte responsable, l’audàcia creadora, el poder d’innovació, però també de crítica serena de l’esperit contemporani que aquest aggiornamento de la fe del vostre poble us exigeix? La fe, per a ser il·lustrada, personal i idèntica a ella mateixa com ens demanen aquest creixement del món modern, volgut per Déu, i la nostra lleialtat indeleble a l’Evangeli perenne, té necessitat d’una informació ininterrompuda, d’una reforma perenne, d’una formació il·lustrada i progressiva.
No espereu que us ho donin tot fet. Vosaltres mateixos, en una múltiple iniciativa, haureu de crear les institucions que calguin, per tal d’aconseguir aquest desenrotllament total de la maduresa de la fe. Recordeu que l’Església mateixa és la responsable d’instituir els mitjans necessaris per a obtenir aquest clima adult, on es forgi la fe en cada etapa de creixement personal, al distint nivell dels problemes especialitzats de 1a cultura moderna.
Espero de vosaltres que sabreu continuar avui, amb el mateix esperit que ells, l’obra de Jaume Balmes i del bisbe Torras i Bages, la fidelitat a allò més perenne de la tradició i la serena i creadora assimilació dels millors valors del món modern, lliure tant d’esnobisme com d’una inèrcia fixa al passat i desconfiada de l’acció de Déu en el món d’avui.
 
Al·locució feta el Divendres Sant, 12 d’abril de 1968, a través dels micròfons de Radio Barcelona.

dilluns, 23 d’abril del 2012

Seguidors