divendres, 11 de maig del 2012

VATICANO II: CINQUENTA AÑOS DESPUÉS

P. José Comblin

 

1. Antes del Concilio

La mayoría de los obispos que llegaron al Concilio Vaticano II no entendían por qué y para qué habían sido convocados. No tenían proyectos. Pensaban como los funcionarios de la Curia que el Papa solo podía decidirlo todo y no era necesario convocar un Concilio. Pero había una minoría muy consciente de los problemas en el pueblo católico sobre todo en los países intelectualmente y pastoralmente más desarrollados. Allá habían vivido episodios dramáticos de la oposición entre las preocupaciones de los sacerdotes más metidos en el mundo contemporáneo y la administración vaticana. Sabían lo que habían sufrido en el pontificado de Pio XII que se oponía a todas las reformas tan esperadas por muchos. Todos los que buscaban una inserción de la Iglesia en el mundo contemporáneo, formado por el desarrollo de las ciencias, de la tecnología y de la nueva economía así como por el espíritu democrático, se sentían reprimidos. Había una élite de obispos y de cardenales que estaban muy conscientes de las reformas necesarias y quisieron aprovechar la oportunidad ofrecida providencialmente por Juan XXIII. La Curia no aceptaba las ideas del nuevo Papa y muchos obispos estaban desconcertados, porque el modelo de Papa de Juan XXIII era tan diferente del modelo de los Papas Pío´s, que se pensaba obligatorio desde Pio IX.

Las comisiones preparatorias del Concilio eran claramente conservadoras, y, por eso, el día de la apertura del Concilio las perspectivas de los teólogos y peritos traídos por los obispos más conscientes eran bastante pesimistas. Pero hubo el discurso de apertura de Juan XXIII, que rompía decididamente con la tradición de los Papas anteriores. Juan XXIII anunció que el Concilio no estaba reunido para hacer nuevas condenaciones de herejías, como era la costumbre. Dijo que se trataba de presentar al mundo otra figura de la Iglesia, que la haría más comprensible para los contemporáneos. La mayoría de los obispos no entendió nada, y pensó que el Papa no había dicho nada porque no había mencionado ninguna herejía. Para el Papa no se trataba de aumentar el número de dogmas, sino más bien de hablar al mundo moderno en un lenguaje que pudiera entender. Una minoría esclarecida entendió el recado y sintió que tendría el apoyo del Papa en su lucha contra la Curia.
La Curia romana tenía una estrategia. Había una manera de anular el Concilio. Las comisiones habían preparado documentos sobre todos los asuntos anunciados. Todos esos documentos eran conservadores y no permitían ningún cambio real en la pastoral. Esos documentos serían entregados a las comisiones conciliares que los aprobarían, y el Concilio se terminaría en pocas semanas con documentos inofensivos que no cambiarían nada. Lo importante era hacer una lista de comisiones con obispos conservadores y explicar al Concilio que lo más práctico sería aceptar las listas ya preparadas por la Curia, puesto que los obispos de la asamblea no se conocían.
El primero que descubrió esa estrategia fue don Manuel Larraín, obispo de Talca, Chile, y presidente del CELAM. Él, con don Helder Cámara –eran amigos íntimos, acostumbrados a trabajar juntos – fueron a avisar a las cabezas del episcopado reformador. La Curia había preparado una lista de miembros de las comisiones, escogidos de tal manera que se sabía que aprobarían los textos curiales sin problema. Se trataba de rechazar las listas preparadas por la Curia y pedir que las comisiones fueran elegidas por el mismo Concilio. Los líderes, cardenales Doepfner de Munich, Alemania, Liénart de Lille, Francia, Suenens de Malinas, Bélgica, Montini de Milán y algunos más tomaron la palabra y pidieron que el mismo Concilio nombrara a los miembros de las comisiones, lo que fue aprobado con aclamaciones.
La conclusión fue que las nuevas comisiones rechazaron todos los documentos preparados por las comisiones preparatorias, lo que fue una afirmación del episcopado frente a la Curia romana. El Papa estaba feliz. Claro que en pocas horas, Manuel Larraín y Helder Cámara hicieron listas de los obispos latinoamericanos que podían integrar las comisiones y otros hicieron lo mismo para los otros continentes porque don Manuel Larraín ya tenía muchos contactos en el mundo. Desde el inicio quedó claro que el concilio sería una batalla de cada hora contra la Curia romana. El Papa no tenía fuerza para cambiar la Curia. Hasta hoy los Papas son prisioneros de la Curia que en principio depende de ellos. La administración es más fuerte que el gobernante en la Iglesia como en muchas naciones. La administración puede impedir cualquier cambio solo por su inercia. Ni siquiera Juan Pablo II se atrevió a intervenir en la Curia. Impotente en Roma se fue al mundo en donde fue aclamado triunfalmente.
La mayoría conciliar que el grupo de frente logró conquistar, no quería ruptura y por eso siempre dio importancia a la minoría conservadora, aunque pequeña, que representaba los intereses de la Curia y se identificaba con ella. Por eso, muchos textos fueron ambiguos porque después de un párrafo reformista venía un párrafo conservador que decía lo contrario. Por un lado se anunciaban temas nuevos y luego se abría espacio para los temas viejos de la tradición de los Papas Pío´s. Esa ambigüedad perjudicó mucho la aplicación del Concilio.
La minoría conciliar y la Curia no se convirtieron. Todavía se oponen a Vaticano II y encuentran argumentos en los mismos textos conciliares conservadores. Cuando Juan Pablo II citaba los textos del Vaticano II, citaba los textos más conservadores, como si los otros no hubieran existido. Por ejemplo en la Constitución Lumen Gentium, claro está que el destaque es el lugar dado al pueblo de Dios. Sin embargo, cuando se trata de la jerarquía, el pueblo de Dios desaparece y todo continúa como siempre. En 1985 por instigación del cardenal Ratzinger el pueblo de Dios fue eliminado del vocabulario del Vaticano. Desde entonces ningún documento romano hace referencia al pueblo de Dios, que era el tema importante de la constitución conciliar. El cardenal Ratzinger había descubierto que el pueblo de Dios era un concepto sociológico, aunque el concepto de pueblo no se encuentre en los tratados de sociología. El pueblo no existe sociológicamente, porque es un concepto teológico, bíblico.
Esta situación va a tener mucha importancia en la evolución ulterior de Vaticano II en la Iglesia. Desde el comienzo hubo un partido al que siempre se dio importancia y poder, y que luchó contra todas las novedades. En las elecciones pontificias que, como siempre son manipuladas por algunos grupos, el problema de Vaticano II fue decisivo y los Papas fueron elegidos porque se sabía de sus restricciones a los documentos conciliares en todo lo que tienen de nuevo. El Papa actual puede vivir diez años más o más todavía. Después de él podemos pensar que será elegido de nuevo un Papa poco comprometido con el Concilio, para usar un eufemismo, porque los grupos que defienden esa posición son muy fuertes en la Curia y en el colegio de los cardenales, y no hay señales de que los futuros nombramientos puedan traer cambios de orientación. Los últimos nombramientos en la Curia son elocuentes.

2. De 1965 a 1968

La historia de la recepción de Vaticano II fue determinada por un acontecimiento totalmente imprevisto. 1968 es una fecha simbólica de la mayor revolución cultural en la historia del Occidente, más que la revolución francesa o la revolución rusa, porque atinge la totalidad de los valores de la vida y todas las estructuras sociales. A partir de 1968 hubo mucho más que una protesta de los estudiantes. Hubo el comienzo de un nuevo sistema de valores y una nueva interpretación de la vida humana.
Vaticano II respondió a los interrogantes y los desafíos de la sociedad occidental en 1962. Los problemas tratados , las respuestas propuestas, las discusiones sobre las estructuras eclesiales, las ideas sobre una reforma litúrgica, todo eso había sido preparado por teólogos y pastoralistas, sobre todo desde los años 30 en los países de Europa central, Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Suiza con algunas franjas en el norte de Italia. Estaba reconstruida la sociedad europea destruida por la guerra y la Iglesia ocupaba un lugar de destaque en la sociedad. Era el gobierno en Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y tenía participación en los gobiernos de Francia. En realidad, había perdido contacto con la clase obrera, pero ésta ya estaba disminuyendo numéricamente por la evolución de la economía hacia los servicios. El número de católicos practicantes estaba disminuyendo, pero no de una manera que llamara la atención. La Iglesia tenía un clero fiel, un episcopado bastante ilustrado, aunque poco reformista socialmente, pero identificado con los partidos demócrata-cristianos. El gran problema de la Iglesia era la tensión entre los sectores más comprometidos con la nueva sociedad y el mundo romano de Pio XII, apoyado por las Iglesias de países menos desarrollados y más tradicionalistas, como España, Portugal, América latina, Italia, sobre todo al sur de Florencia, o de los pueblos católicos del Sudeste europeo. Los problemas eran estructurales, y no alcanzaban ni los dogmas ni la moral tradicional.
En 1968 comenzaba abruptamente una revolución total que atingía todos los dogmas y toda la moral tradicional así como todas las estructuras institucionales de la Iglesia como de toda la sociedad. En 1968 Vaticano II habría sido imposible, porque no habría nadie o casi nadie para entender lo que estaba pasando. Vaticano II respondió a los problemas de 1962, pero no tenía nada para dar respuestas a los desafíos de 1968. En 1968 el Concilio habría sido un Concilio conservador asustado por las transformaciones culturales radicales que empezaban.
Las manifestaciones exteriores de la revolución de los estudiantes en todo el mundo occidental desarrollado fueron reprimidas con facilidad, y, por eso, muchos pensaron que sería un episodio sin consecuencias importantes. En realidad, era el comienzo de una era nueva que todavía está en pleno desarrollo hoy día. 1968 significa cambio de toda la política, la educación, los valores morales, la organización de la vida y la economía.
1968 es una fecha simbólica que evoca los grandes acontecimientos que cambiaron el mundo en la década de los 60, sobre todo a partir de 1965.

1968 significó une crítica radical de todas las instituciones establecidas y de todos los sistemas de autoridad.

Era la contestación global de toda la sociedad organizada tradicional. La crítica se dirigía al Estado, a la Escuela en todos sus niveles, al Ejército, al sistema jurídico, a los hospitales. Era una crítica a todas las autoridades establecidas que mandan por la fuerza de las estructuras y hacen de todos los ciudadanos los prisioneros de las instituciones. Claro está que la Iglesia católica está incluida en esa crítica. La Iglesia católica era el modelo típico de un sistema institucional radicalmente autoritario. Ella fue inmediatamente atacada y denunciada con vigor. Los cambios conciliares, tan tímidos, no podían convencer a la nueva generación. Vaticano II era totalmente inofensivo si se compara con la revolución cultural que partió en 1968.

1968 inició una lucha contra todos los sistemas de pensamiento, lo que se llamó “los grandes relatos”.

Los sistemas son formas de manipulación del pensamiento, son expresiones de dominación intelectual. No se acepta ningún sistema que tenga la pretensión de ser “la verdad”. Con eso sufren los dogmas y el código moral de la Iglesia católica, y toda su pretensión de “magisterio”. Vaticano II no podía ni siquiera imaginar que fuera posible tal situación. Allá no hubo ninguna discusión de ningún dogma y todo el sistema de pensamiento nunca fue cuestionado. Ahora la nueva generación contesta todo el sistema doctrinal de la Iglesia católica, porque ese sistema no permite el libre ejercicio del pensamiento. No es que la nueva generación quiera negar todo el contenido doctrinal, pero no quiere aceptar todo un sistema sin discutirlo primero, y no quiere aceptarlo todo en bloque. Quiere examinar cada elemento, aceptar o no aceptar.

Simultáneamente hubo la explosión de la revolución feminista.

El descubrimiento de la píldora que permite evitar la fecundación y, por lo tanto, facilita la limitación de la natalidad, despertó un entusiasmo universal entre las mujeres que tomaron conocimiento de la novedad. Era un elemento básico en la liberación de las mujeres, que dejaban de ser totalmente dependientes de maternidades repetidas. Era una novedad para la Iglesia también. Nada había en la Biblia sobre esa tecnología. Los episcopados de los países más desarrollados socialmente, los teólogos consultados por el Papa manifestaron que no había nada en la moral cristiana que pudiera condenar el uso de la píldora. Pero el Papa se dejó impresionar por el sector más conservador aunque minoritario, y publicó la encíclica Humanae Vitae que fue como una bomba. Muchos no podían creer que el Papa hubiera firmado esa encíclica. Fue una revuelta inmensa entre las mujeres católicas. Estas no aplicaron la prohibición papal y aprendieron la desobediencia. De esa fecha viene la huida de las mujeres. Ahora bien las mujeres son las que trasmiten la religión. Cuando las mujeres dejaron de enseñar la religión a sus hijos, aparecieron generaciones que lo ignoran todo del cristianismo. Muchos obispos quedaron destrozados, pero nada podían hacer porque el Concilio no había tocado en nada en el ejercicio del primado del Papa. El Papa decide solo, aun contra todos. Era el caso: el Papa había decidido contra los obispos, los teólogos, el clero, los laicos que eran informados. Por desgracia, fue obra del Papa Pablo VI, que por tantos méritos en la historia del Concilio, aparecía como hombre de apertura. ¿Porque justamente él? De otro Papa se habría entendido mejor, aunque el efecto producido hubiera sido igual. Para muchos, Humanae vitae era como un desmentido dado a Vaticano II: ¡nada había cambiado!

1968 y la sociedad de consumo.

Hasta entonces el consumo estaba orientado por las costumbres. Había un consumo moderado y limitado. Los ricos no hacían ostentación de su riqueza. No había rendimientos escandalosos. El consumo dependía de la regularidad de la vida: comidas regulares e tradicionales, fiestas tradicionales con gastos tradicionales, dentro de un ritmo de vida en el que el trabajo ocupaba el lugar central. A partir de la década de los 60, el trabajo dejó de ser el centro de la vida. En adelante, en el centro está la busca del dinero para poder pagar las vacaciones, los fines de semana, las fiestas que se multiplican indefinidamente, y el consumo festivo. El trabajo es lo que permite el consumo. El trabajo agrícola desaparece en los países más desarrollados, el trabajo industrial disminuye, y los servicios no ofrecen ninguna satisfacción humana por ser aburridos La mismas estructuras sociales estimulan el consumo, y los que no pueden consumir se sienten rechazados por la sociedad. Desde entonces la gente gasta lo que no tiene y paga en 12, 48, 70 meses sus compras. Se puede consumir sin poder pagar inmediatamente. Se paga después de años. Los jóvenes no tienen normas, gastan lo más que pueden.

El capitalismo descontrolado.

La supresión de todas las leyes que controlan los movimientos de capitales estimula la carrera hacia la riqueza. Una nueva moral cualifica a la gente por el dinero que acumula y por la ostentación de su riqueza. En adelante los dueños del capital hacen lo que quieren y como quieren con el riesgo de provocar crises financieras de las que las víctimas son los pequeños. Hasta la caída del comunismo en la URSS el magisterio luchaba contra ese comunismo y poca atención daba al crecimiento rápido de una nueva forma de capitalismo. En América latina, la Iglesia reacciona muy tímidamente a la conquista económica por los grandes centros capitalistas mundiales. En la práctica, la Iglesia va a olvidarse de Gaudium et Spes y aceptar la evolución del capitalismo descontrolado. La doctrina social de la Iglesia perdió todo significado profético porque en la práctica nada se aplicó a casos concretos. En la práctica el magisterio aceptó el nuevo capitalismo.
Nada de eso fue provocado por el Concilio. No se puede atribuir a Vaticano II todo lo que sucedió como consecuencia de la gran revolución cultural del Occidente. Pues esa revolución tuvo inmediatamente repercusiones en la juventud de la Iglesia. Todos sintieron que la institución de la Iglesia estaba profundamente cuestionada y desprestigiada. Ese desprestigio no vino de Vaticano II sino de la gran crisis cultural. El efecto más visible fue la crisis sacerdotal. Unos 80.000 sacerdotes dejaron el ministerio. Casi todos los seminaristas abandonaron los seminarios. Esto fue atribuido al Concilio por todos sus adversarios. En realidad no había nada en Vaticano II que pudiera explicar ese acontecimiento, Tampoco la huida de millones de católicos laicos se explica por Vaticano II. Pero todo se explica por la revolución cultural de la juventud. Sin embargo, los mismos Papas Juan Pablo II y Benito XVI hicieron varias veces alusiones a ese argumento, aunque no se atrevieron a expresarlo más claramente

3. La reacción de la Iglesia fue lo que se podía temer

Los Papas y muchos obispos aceptaron el argumento de los conservadores de que los problemas de la Iglesia venían del Vaticano II. Varios teólogos que habían sido defensores y promotores de los documentos conciliares, cambiaron y adoptaron la tesis de los conservadores, entre ellos el mismo Papa actual. Decían que el Concilio “fue mal interpretado”. Por eso, el Papa convocó un sínodo extraordinario en 1985 por ocasión de los 20 años de la conclusión del Concilio para luchar contra las falsas interpretaciones y dar una interpretación correcta. En la práctica la nueva interpretación, la “correcta”, consistía en suprimir todo lo que había de nuevo en los documentos de Vaticano II. Una señal muy simbólica fue la condenación de la expresión “pueblo de Dios“. Se acabó la época de las experiencias, decía Juan Pablo II. Prácticamente, lo que se hizo, fue rehacer lo que hizo después de la Revolución francesa: cerrar las puertas y las ventanas para cortar la comunicación con el mundo exterior y reforzar la disciplina para evitar las huidas. Pero no se logró evitar las huidas. El problema es que la Iglesia ya no tiene un inmenso campesinado pobre. En América latina los pobres se van a los evangélicos.
Desde entonces en el lenguaje oficial se hace referencia al Concilio, pero su mensaje permanece ignorado. El Concilio permanece en la memoria y en la fundamentación de las minorías sensibles a la evolución del mundo, que buscan en él argumentos para pedir cambios y respuestas a los desafíos del mundo actual. La juventud, incluso los nuevos sacerdotes, no sabe lo que fue ese Concilio Vaticano II, que para ellos no ofrece ningún interés. Están más interesados en el catolicismo anterior a Vaticano II con su seguridad, sus bellezas litúrgicas y la justificación de un autoritarismo clerical que les salva de los problemas
La reacción de la Iglesia fue la vuelta a la disciplina anterior. El símbolo de esa reacción fue el nuevo código de derecho canónico en el que se mantiene toda la estructura eclesiástica del código de 1917 con a veces un lenguaje menos autoritario y más florido. El nuevo código cerró las puertas a todos los cambios que se podrían inspirar en Vaticano II. Hizo Vaticano II históricamente inoperante.
En el mundo, la prioridad dada a la lucha contra el comunismo – un comunismo ya en plena decadencia – hizo que la Iglesia aceptara con silencio – los silencios de la doctrina social de la Iglesia, decía el padre Calvez – el capitalismo desenfrenado que se instaló en la década de los 70. En América latina el Vaticano apoyó las dictaduras militares y condenó todos los movimientos de transformación social a nombre de la lucha contra el comunismo. Desde el gobierno de Reagan la alianza con los Estados Unidos fue fiel hasta la guerra de Iraq que al fin abrió los ojos del Papa por un momento. En esa forma la Iglesia se aliaba con los poderosos del mundo y se condenaba a ignorar el mundo de los pobres en su pastoral real. Los nombramientos episcopales fueron altamente significativos.
En América latina la reacción de la Iglesia a la revolución cultural que empezó en el mundo desarrollado, fue muy dolorosa. Destruyó algo nuevo que estaba naciendo. Pues, en América latina, Vaticano II significó un cambio real. El Concilio Vaticano II fue lo que convirtió el episcopado y buena parte del clero y de los religiosos. Antes, hubo sacerdotes, religiosos, laicos y también obispos que habían hecho una opción por los pobres. En Roma los obispos latinoamericanos se encontraron y fueron evangelizados por los obispos de la opción por los pobres. El CELAM, con la aprobación de Pablo VI, convocó la asamblea de Medellín que cambió los rumbos de la Iglesia porque sacó del concilio conclusiones prácticas. Decidió la opción por los pobres y el compromiso por un cambio social radical, legitimó las comunidades eclesiales de base y la formación de los laicos por la Biblia, por la acción política. Las CEBs fueron una estructura nueva en la que los laicos tenían una real iniciativa y un real poder aunque limitado. En varias regiones, Medellín no fue aceptada o no fue aplicada. Pero hubo regiones importantes en las que Medellín cambió la Iglesia y fue la aplicación de Vaticano II.
Todo ese movimiento fue atacado sistemáticamente en Roma con argumentos proporcionados por sectores reaccionarios de América Latina. Desde 1972 la campaña contra Medellín fue dirigida por Alfonso López Trujillo. A pesar de esa campaña, en Puebla en 1979, Medellín todavía se salvó. Pero en el pontificado de Juan Pablo II la presión aumentó. Las advertencias romanas, los nombramientos episcopales, las expresiones de represión en contra de los obispos más comprometidos con Medellín tuvieron efecto. La condenación de la teología de la liberación en 1984 quería dar el golpe final. La carta del Papa a la CNBB el año siguiente limitó un poco el alcance de la condenación, pero la teología de la liberación todavía es algo sospechoso.

4. Lo que queda del Vaticano II

Hoy en día, las reformas logradas por Vaticano II nos parecen muy tímidas y totalmente inadecuadas por su insuficiencia. Habrá que ir mucho más lejos porque el mundo ha cambiado más en los últimos 50 años que en los 2.000 años anteriores.
De Vaticano II destacamos lo siguiente que debe permanecer como una base para las reformas futuras:
  • El retorno a la Biblia como referencia permanente de la vida eclesial por encima de todas las elaboraciones doctrinales ulteriores, por encima de los dogmas y de las teologías.
  • La afirmación del pueblo de Dios como participante activo en la vida de la Iglesia, tanto en el testimonio de la fe como en la organización de la comunidad, con una definición jurídica de derechos y con recursos en los casos de opresión por parte de las autoridades.
  • La afirmación de la Iglesia de los pobres.
  • La afirmación de la Iglesia como servicio al mundo y sin busca del poder.
  • La afirmación de un ecumenismo de participación más íntima entre las Iglesias cristianas.
  • La afirmación del encuentro entre todas las religiones, o pensamientos no religiosos.
  • Una reforma litúrgica que use símbolos y palabras comprensibles para los hombres y las mujeres contemporáneos. Las comisiones formadas después de Vaticano II dejaron muchas palabras y símbolos totalmente sin significado para los cristianos de hoy y obstáculo para la misión.

5. Las condiciones de la humanidad actual en estado de radical transformación

a. ¿Cómo entender la fe?

Desde la modernidad muchos cristianos perdieron la fe o pensaron que la habían perdido, porque tenían una idea equivocada de la fe. Actualmente ese fenómeno se multiplica porque la formación intelectual se ha desarrollado y muchos se quedan con una consciencia religiosa infantil o primitiva que rechazan o pierden cuando llegan a la adolescencia.
Los pueblos primitivos de cultura oral y los niños creen en los objetos religiosos como en los objetos de su experiencia. Por eso es fácil llegar a pensar que la fe es algo como la experiencia inmediata. Cuando se dan cuenta que ya no pueden creer en los objetos de la religión en esa forma porque nació el espirito crítico, creen que pierden la fe, porque la confunden con su conciencia religiosa infantil.
La fe es diferente de la experiencia inmediata, del conocimiento científico o del conocimiento filosófico. El objeto de la fe es Jesucristo, la vida de Jesucristo. Es dar adhesión a esa vida y adoptarla como norma de vida porque tiene un valor absoluto, porque esa vida es la verdad, es así que debemos ser hombre o mujer. No es una evidencia que no permite dudas. Es una percepción de verdad, que nunca suprime una franja de duda, porque siempre es un acto voluntario, y porque no se ve esa verdad. El creyente no se siente obligado a creer. Es un acto de entrega de su vida, la elección de un camino. No hay evidencia de que Jesús vive y está en nosotros, pero se reconoce porque se siente una presencia que es un llamado repetido a pesar de todas las dudas.
Hoy día el Papa condena como relativismo fenómenos propios del ser humano actual que ya no puede entender la manera tradicional de conocer los objetos de la religión. Estos no son parte de su experiencia de vida. La fe es conocimiento de la vida de Jesús de una manera totalmente especial sin comparación con las certidumbres que se están adquiriendo en la vida de cada día. Esta condición del ser humano actual supone una profunda revisión de la teología de la fe. Esta revisión de la teología ya se está haciendo pero no se divulga, lo que permite que millones de adolescentes pierdan la fe más que nunca, porque no se les explica lo que es.

b. La religión.

Nuestros contemporáneos dejan los actos litúrgicos oficiales de la Iglesia, porque los encuentran aburridos. La misa habitual es aburrida, salvo en algunas circunstancias muy especiales en las que aparecen miles de personas. La repetición de lo mismo es aburrida. La repetición de “domingos del año” durante tantas semanas es algo aburrido. El lenguaje litúrgico es peor, porque se hace en lengua popular. Cuando la liturgia era en latín, era mejor porque no se entendía. Una vez que se entiende, se nota que el estilo es insoportable. Usa un lenguaje pomposo, formalista, lenguaje de corte: “humildemente pedimos…”: nadie habla así. “Asociamos nuestra voz a la voz de los ángeles…” Formula convencional que no responde a nada en la vida. Hay cientos de fórmulas semejantes. Los carismáticos salvan la situación, pero su liturgia está lejos de ser una introducción al misterio de Jesús.

c. La moral.

Nuestros contemporáneos no aceptan códigos de moral y que se les impongan o prohíban conductas porque están en el código. Quieren entender el valor de los preceptos o de las prohibiciones. O sea, están descubriendo la conciencia moral que hace descubrir el valor de los actos. No aceptan la voz de una conciencia que no es nada más que la voz del “superego”. Antes la base de la moral cristiana era la obediencia a la autoridad. Había que hacerlo o no hacerlo, porque la Iglesia lo mandaba o lo prohibía. Por eso, tantas veces los laicos preguntaban: ¿esto se puede hacer? Si el sacerdote decía que sí, el problema moral estaba solucionado. Ahora bien, esto pertenece al pasado.

d. La comunidad.

El cristianismo es comunitario. Pero las formas tradicionales de comunidad tienden a debilitarse. La misma familia perdió mucho de su importancia porque los miembros de la familia se encuentran menos. La parroquia actual perdió el sentido de comunidad. Están apareciendo muchas nuevas formas de pequeñas comunidades basadas en la libre elección. Esas comunidades tendrán la capacidad de celebrar la eucaristía, lo que supone una persona apta para presidir la eucaristía en cada grupo de unas 50 personas. No hay ninguna dificultad de doctrina, porque en los primeros siglos la situación era esa y no hubo problema. Esto es fundamental porque una comunidad que no se une en la eucaristía, no es realmente comunidad cristiana. Los sacerdotes a tiempo completo estarán alrededor del obispo de cada ciudad importante para evangelizar todos los sectores de la sociedad urbana.
Claro está que no sabemos cuándo o cómo se llegará a eso. Es poco probable que un Concilio que reúna únicamente obispos pueda descubrir las respuestas a los desafíos del tiempo. Las respuestas no vendrán de la jerarquía, ni del clero, sino de laicos que viven el evangelio en medio del mundo que entienden. Por eso tenemos que estimular la formación de grupos de laicos comprometidos al mismo tiempo con el evangelio y con la sociedad humana en la que trabajan.
Vaticano II quedará en la historia como una tentativa de reformar la Iglesia al final de una época histórica de 15 siglos. Su único defecto fue que vino demasiado tarde. Tres años después de su clausura estaba cayendo en la mayor revolución cultural del Occidente. Sus detractores lo acusaron de todos los problemas surgidos de esa revolución cultural, y, con eso, lo mataron. Pero Vaticano II permanece como una señal profética. En medio de una Iglesia prisionera de un pasado que no sabe superar, es una voz evangélica. No pudo reformar la Iglesia como quería, pero fue un llamado a mirar hacia el porvenir. Aún hay movimientos poderosos que predican la vuelta al pasado. Tenemos que protestar. Cuando personas que nada entienden de la evolución del mundo contemporáneo y quieren refugiarse en un pasado sin apertura hacia el futuro, tenemos que denunciar. Para nosotros Vaticano II es Medellín. También quisieron matar Medellín. Medellín permanece como el farol que nos muestra el camino.

Última reflexión:

El porvenir de la Iglesia católica está naciendo en Asia y en África. Será muy diferente. A los jóvenes hay que decirles: ¡aprendan el chino!
Texto póstumo del P. José Comblin,
enviado a revista Reflexión y Liberación por Mónica Muggler
-desde Brasil- el 25 de Julio 2011.

Publicado en A Cincuenta años del Concilio Vaticano II: verdaderas luces y urgentes desafíos,
revista Alternativas - Revista de análisis y reflexión teológica, año 18, no 41, 2011,
Editorial Lascasiana, Managua, Nicaragua, pp. 11-24.

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